lunes, 4 de octubre de 2010

ENTRENAR UN EQUIPO

Si los jugadores de baloncesto fuesen autómatas sin voluntad propia, algunos entrenadores podrían hacer realidad su fantasía preferida: moverlos como si se tratase de piezas de ajedrez, de ese modo podrían expresar su forma de entender el baloncesto sin limitaciones ni obstáculos, demostrando sus conocimientos técnicos sobre el parquet sin interferencias.
Sin embargo, los jugadores de baloncesto son ante todo seres humanos que piensan y actúan como individuos conscientes y libres. No son peones en manos de un jugador de ajedrez. Más allá de sus fantasías, del deseo más o menos consciente de control, los entrenadores sólo pueden desempeñar su trabajo con cierta eficacia si son conscientes de que entrenar significa algo más que desplegar conocimientos técnicos sobre una pista de baloncesto, entrenar significa ante todo dirigir un grupo humano, motivarlo y obtener del mismo su máximo rendimiento deportivo.
Una de las decisiones básicas, conscientes o no, que toma cualquier persona que acepta la responsabilidad de dirigir un grupo humano es el grado de control que pretende ejercer sobre dicho grupo, y consiguientemente el modo en que intentará ejercer el mismo. Según este criterio podemos clasificar a los entrenadores según dos tipos: los que quieren tener casi todo el control, y los que prefieren ceder parte de su poder a sus jugadores. Cualquiera de estos dos estilos de gestión puede ser efectivo, por mucho que desde una perspectiva humanista, y en el contexto de una sociedad democrática, valoremos más aquellos enfoques basados en la autogestión. Sin embargo, en la práctica todos conocemos entrenadores que acumulan éxitos deportivos actuando como auténticos dictadores y otros que fracasan dirigiendo según principios democráticos. Esto se explica porque en el deporte, como en la vida, los jugadores no siempre ejercen la libertad concedida con responsabilidad, ni consideran ésta como un valor superior frente a otros valores como el éxito deportivo o el económico. En otras palabras, un entrenador autoritario victorioso casi siempre recibirá más apoyo de sus jugadores que uno dialogante derrotado.
Parece claro que no existe un único estilo de dirección deportiva exitoso, sin embargo, sí cabe enunciar algunas reglas que deberían respetarse:
Amar lo que se hace.
Ser flexible y adaptarse a las características del grupo.
Ser reconocido por los jugadores como una autoridad, es decir, un maestro capaz de mostrarles el camino de la victoria.
Ser un ejemplo para sus jugadores: si se pide esfuerzo ser el primero en trabajar, si se pide serenidad, demostrar espíritu ecuánime, si pide ser un equipo, respetar a todos sus miembros.
Decir la verdad, con respeto, pero cara a cara.
Elogiar en público, censurar en privado.
Por último, es necesario un recordatorio especial para los que trabajan en categorías de formación: Los jugadores merecen ante todo respeto, especialmente los más jóvenes. Las prácticas de algunos entrenadores tendentes a provocar un ambiente estresante con gritos, amenazas, y rudeza entre los miembros del equipo (especialmente hacia los novatos) como si administrasen un tratamiento de inoculación de estrés para endurecer psicológicamente a los jugadores deberían de estar proscritas, y quienes las promueven – que afortunadamente son muy pocos - deberían dedicarse a otra cosa.
Si todo lo dicho se tuviera que resumir en una sola frase podría ser esta: “Si quieres ser un gran entrenador, esfuérzate en ser una gran persona”.

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